*Extracto de la entrevista que le hizo Carmen Nieves en la década de los ochenta

Doña Efigenia

Nuestra protagonista comenzó a realizar su labor como partera a los cuarenta años, después de tener a sus siete hijos. Fue precisamente con la más vieja Ángela, la primera, con la que comenzó todo. Dona Añada, quien tenía un nombre muy sugerente en el agro de nuestra tierra, relacionado precisamente con esta parte del año, donde la vendimia, sus uvas y la consecuente producción de vinos, también lleva por nombre añada.

Fue después de esa primera experiencia cuando, tras fijarse en las acciones que desarrollaba doña Añada, y tras preguntarle cómo lo hacía, siguió atendiendo ella misma sus partos. Preparaba la mantita, las tijeras, el aceite (en ese tiempo no se usaba el alcohol), la puntillita y las tiras de tela o camisas molidas para ponérselas a los recién nacidos en la vida.

Luego de su séptimo hijo un día hablando con otras mujeres, alguna le dijo que por qué no se dedicaba a ello y ahí pego a ejercer como partera.

Al principio hubo médicos y practicantes que se lo pusieron difícil e incluso le llegaron a prohibir su labor. Pero saben ustedes que le dijo Efigenia a don Fernando Echagüe sobre lo que le había pedido don Miguel el practicante: “Si él quiere vivir y sacar a sus hijos, yo también quiero sacar a los míos”.

Más tarde cuando Efigenia fue a ayudar a una vecina se dio cuenta que su criatura venía de nalgas y mandó a llamar a don Fernando, al cual le comentó ella a Carmen Nieves Luis García, fue ella quien al final lo trajo, o mejor dicho la trajo, porque era hembra, al mundo. Algunos días más tarde el conocido médico de Los Realejos mandó a llamarla y cuando ella acudió, algo nerviosa por lo qué quería decirle, le dio 80 pesetas y le dijo que tenía la habilidad más que demostrada para ayudar como partera a las mujeres de la zona y que él la apoyaba.

Decía doña Efigenia que nació con ese don, por que desde chica le había gustado… Con frío o calor, con viento, lluvia, granizo, rayos y truenos salía rápidamente una vez era solicitada por el marido o familiares de la parturienta, no importaba si de día o de noche. No creía en brujas o demonios y nunca tuvo miedo, aunque recelaba, eso sí, de los vivos que se encontraba en la oscuridad de la madrugada, pero como ella decía nunca iba sola, porque siempre la acompañaba Dios.

Hoy nos acordamos de ella y de tantas personas que han hecho grande a esta tierra canaria y a este barrio de El Horno. Por eso permitan decir: ¡Viva la madre que los parió y Viva doña Efigenia que las ayudó.

 

Isidro Pérez Brito